Santo Antonio de Lisboa
Apenas abandonamos la Rodovía SC 401, en un corto tramo llegamos a Santo Antonio de Lisboa, un pequeño pueblo de pescadores que fue el primer asentamiento azoriano en Florianópolis. Bien cerca del centro de esta famosa isla del sur brasileño, el poblado vuelca todo su pintoresquismo hacia la extensa playa de aguas apacibles sobre la Bahía Norte, rodeado además por suaves colinas que le conceden un cierto espíritu romántico, muy apreciado por los turistas. Aparte de la tranquilidad de los pequeños poblados del siglo XIX, aquí se mantiene la arquitectura tradicional de las Azores, típicas costumbres heredadas de los colonizadores portugueses afincados en estas latitudes entre 1748 y 1754.
Basta recorrer sus pocas cuadras para apreciar uno de los conjuntos edilicios más representativos de la época colonial. Caserones antiguos de coloridas fachadas, posadas de artesanos donde abunda la cerámica y el encaje, la añeja y barroca Iglesia Nossa Senhora das Necessidades (1757) y su vecino y cuidado cementerio, y angostas callecitas empedradas de vieja data conforman este núcleo histórico declarado como Área de Preservación Cultural.
La sencilla y a la vez hermosa iglesia colonial es una de las más antiguas de esta región, la que aún mantiene los primitivos cimientos. Antes de la colonia portuguesa, originalmente esta zona estuvo ocupada por guaraníes y luego, mucho después, se agregaron inmigrantes españoles, franceses, italianos, alemanes, belgas, sirios y un gran porcentaje de población africana, que trajeron consigo la producción agrícola y ganadera, y su delicada y artística labor artesanal.
Santo Antonio de Lisboa es cabecera de su propio distrito, integrado además por Sambaquí y Cacupé, pueblitos similares de casas coloridas, playas escondidas y orígenes pesqueros. El camino costero lleva a conocer estos cercanos y apacibles parajes enclavados en plena naturaleza. Toda esta zona resulta ideal para alejarse, aunque sea por un rato, de los grandes puntos turísticos de la isla: Canasvieiras, Ingleses, Barra da Lagoa, Joaquina y tantos otros magníficos balnearios, dejando aquella movida y perdiéndose en este contraste de encanto y paz, bien propia de estos lugares.
Finalmente, y siguiendo el consejo de gente amiga, nos quedamos en Santo Antonio hasta el atardecer. Al caer el sol, el espectáculo es imperdible: toda la bahía se tiñe de tenues naranjas rojizos que brindan una magnífica postal, tan así que para los entendidos su mágico ocaso es uno de los más bonitos del territorio brasileño.